El rostro es mucho más
que caras más o menos bonitas o sonrisas espléndidas. Es casi como el alma
física del cuerpo. Eliminarlo o anularlo en alguien podría implicar el despojo
de su personalidad, de la conexión con el mundo. Por su rostro los conoceréis,
podría decir la antigua conseja bíblica. En la faz parece descansar todo lo que
somos, principalmente en esa zona que va de la raíz o vértice de la nariz a la
barbilla.
Si deseamos ocultar
nuestras buenas o malas intenciones, nos cubrimos la cara y ya. Es cierto que a
veces la mirada habla por sí sola, sin que digamos nada, pero si dejamos al
descubierto solo los ojos y tapamos el resto, generamos dificultad en las demás
personas para que se nos reconozca.
No en vano, los
delincuentes utilizan pasamontañas y, en el momento de cometer fechorías, solo
dejan al descubierto la mirada. Si recordamos las viejas películas del oeste
estadounidense o sus réplicas en otras culturas como la italiana, evidenciamos
que, para asegurarse de no ser descubiertos, los asaltantes de caminos y los
cuatreros protegían su identidad con un pañuelo.
Es un misterio para mucha
gente, pero no hay duda de que el burka, esa curiosa pieza de tela que
invisibiliza casi todo el rostro de las mujeres islámicas, se ha prestado para
diversas interpretaciones. Tal vez una de las más comunes se relaciona con un
estado de sumisión a Alá, a los reyes o a los hombres en general.
Todos los ejemplos
señalados conducen inevitablemente hacia aspectos de carácter negativo. Se
oculta la parte inferior de la cara en función de algo prohibido que, incluso,
si no se le juzga como delito, podría implicar al menos una penalización.
Reaparecen estas imágenes
en el momento en que, sin que sepamos por cuanto tiempo, se ha instalado en
nuestras vidas ese singular adminículo conocido como mascarilla.
Probablemente, en armonía con otros como webinar, emprendimiento,
reinventarse, incertidumbre, vacuna y contenidos, el término forme parte de los más populares y
repetidos durante los pandemiado 2020 y 2021 que, más que un año, fue una total
y absoluta calamidad mundial.
Tan popular ha devenido
la palabreja que, a pesar de que en enero de 2020 era apenas una referencia que
asociábamos con quirófanos, médicos y odontólogos, o con alguien a quien, por
algún motivo de salud, se le habría prescrito y la llevaba para circular por
los grandes y bastante contaminados centros urbanos, hoy es una prenda más
popular que los teléfonos celulares.
Para esta fecha, es
extraña la persona que no la lleva y que, además, tiene una colección de ellas;
tanto, que nos asombramos y hasta devenimos en censores irrestrictos y
condenatorios jueces, si nos damos cuenta de que alguien en la calle ha
transgredido esa nueva regla asociada con la vestimenta.
Ha pasado a constituirse,
incluso, en un nuevo filón para el comercio. Las hay de todas las formas,
colores y diseños, con y sin aditivos, como respiradores, narices artificiales
(principalmente para los infantes) y dibujos caricaturescos o de héroes de
películas. Cuales intrusas más que bienllegadas, se han aposentado en nuestra
cotidianidad, como imprescindibles compañeras en las que hasta buscamos cierta
armonía para con el resto de nuestra ropa.
Su sinonimia es variada y,
en algunos países hispanos, hay preferencias por una u otra opción:
tapaboca(s), barbijo, barboquejo, bozal, cubreboca(s), nasobuco, aunque estas
dos últimas todavía no aparezcan integradas al Diccionario de la lengua
española. Eso, sin contar que falta poco para que se popularicen otros
nombres más coloquiales, bromistas, humorísticos y menos formales como tapajeta,
cubrebemba, tapahocico, mascareta, carantamaula, carátula, carantoña,
ocultamorro, entre otros.
En fin, haciendo honor a
su simbología, el 2020, año chino de la Rata, cerró con todos los espacios públicos y
privados repletos de mascarillas para todos los gustos. Incluso, cuando un
gobernante no quiere que los especialistas “descifren” en su rostro alguna
malsana intención, aparece en la tele, solo aislado, pero enmascarado (valga la
rima).
Asociemos la situación con
lo dicho en los primeros párrafos. Como efecto derivado de la pandemia, hemos
devenido colectivamente en sospechosos permanentes, transgresores sin culpa, presuntos
delincuentes sin delito. Para comprobarlo, basta con hacer lo siguiente. Aunque
sea protegiéndose y cuidando del debido respeto y cortesía hacia las otras
personas, en caso de alguna situación sobrevenida, una emergencia respiratoria
o alimenticia, por ejemplo, pruebe a despojarse de su tapabocas en un lugar
público e intente toser, carraspear, estornudar, escupir o limpiarse la nariz.
Según le haya ido, envíe
los resultados de su experimento a mi tía Eloína o, sencillamente, coméntelo aquí.
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Publicado originalmente el 15-01-2021 en https://pasionpais.net/2021/01/15/opinion-10/
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