He repetido en muchas ocasiones y en diversos
lugares que, por muy experto y conocedor que sea, no hay hablante exento de
usar inadecuadamente alguna expresión cuando hace uso del idioma nativo. Ni el
más pintado o “sabihondo” de los que creen comérsela en eso de “hablar y
escribir bien” se salva de que en alguna ocasión se le escape la liebre
lingüística. Sin embargo, más que equivocarse, lo importante es no repetir el
gazapo cuando alguien te lo hace notar o lo percibes por ti mismo. Pero hay
quienes se empeñan en meter la pata y no sacarla nunca por mucho que se les
haga conocer el desaguisado.
Digamos, por ejemplo, que existen en todo el mundo
legiones de hablantes que suponen al inglés como la lengua “madre de toda
civilización”, “la lengua de las lenguas”. Y también siempre lo he aclarado:
nada tengo en contra de ese idioma como vehículo de cultura, no me ocupo de
rechazarla por rechazarla. Pero de ahí a considerarla la reina de la
globalización hay una diferencia notable.
No hay que olvidar que una cosa es la globalización,
principalmente reforzada a partir del surgimiento de la Internet (innegable,
indetenible, inevitable) y otra muy diferente esa tendencia hacia una supuesta
ANGLOBALIZACIÓN con que algunos quieren convencernos de las bondades de la
anglofilia acrítica y desbocada.
Produce cierto escozor escuchar a colegas, a
comunicadores, a estudiantes que, buscando una pronunciación lo más ajustada
posible a los requerimientos entonativos del inglés estadounidense se esfuerzan
por decir “tuirer” (aludiendo al Twitter), con un retorcimiento de la
punta de la lengua que amenaza con ensalivar el entorno de la conversación.
Nada digo de otras pronunciaciones un tanto más ridículas tales como “tuitaar”
“tuiterrr” y “tuíiiter”.
Y a propósito de este nuevo sistema (popularmente aludido por otros como “maicrobloging”), a veces causa risa el uso que le dan algunos hablantes públicos irresponsables, tan risible que uno no sabe si lo hacen a propósito o se están tomando las cosas en serio. No son extraños mensajes “tuiteros” -“tuits” les dicen algunos- como los que siguen:
Y a propósito de este nuevo sistema (popularmente aludido por otros como “maicrobloging”), a veces causa risa el uso que le dan algunos hablantes públicos irresponsables, tan risible que uno no sabe si lo hacen a propósito o se están tomando las cosas en serio. No son extraños mensajes “tuiteros” -“tuits” les dicen algunos- como los que siguen:
“@hablanteperfecto. Orinando en cacaotales de
Caucagua. No hay baños públicos en Barlovento”.
“@nomequivoco. Fin de semana ladrando. Me postergaron el pago de la quincena”.
Asuntos que solo pueden interesar a quienes los expresan y no a otros. Qué puede importarle a un seguidor de alguien que esté o no orinando entre matorrales o que no le hayan pagado el salario en la alcaldía donde trabaja. Se pierde con esto la función informativa que debería tener ese eficaz mecanismo rápido de comunicación.
“@nomequivoco. Fin de semana ladrando. Me postergaron el pago de la quincena”.
Asuntos que solo pueden interesar a quienes los expresan y no a otros. Qué puede importarle a un seguidor de alguien que esté o no orinando entre matorrales o que no le hayan pagado el salario en la alcaldía donde trabaja. Se pierde con esto la función informativa que debería tener ese eficaz mecanismo rápido de comunicación.
También preocupa la insistencia de ciertos
hablantes públicos en ridiculizar algunas expresiones provenientes del inglés,
“espanglishadas” de tal modo que recurrentemente sólo le agregan leña al fogón
de las confusiones. Una de ellas es la recurrente palabrita “UNDERSCORE”, para
hacer referencia a esa pequeña raya que a veces se utiliza con el propósito de
“subrayar” un espacio en blanco (“_”). No me canso de escuchar a locutores o
conductores de programas de la tele que, buscando parecer más cultos de lo que
realmente son, se afanan en diversas pronunciaciones como “Ánder-Escor”,
“Únder-escore”, “Ónder-éscorrr”, entre otras. Sin olvidar a los que tratando de
acercarse a alguna posibilidad del español ponen una torta similar mediante
supuestas traducciones como “rayita de piso”, “piso”, “barra-piso”, “barra
baja”, etc.
Manera peculiar de complicarse la vida y querer
apostar a la sabiduría máxima, cuando sería tan sencillo hablar de un guion
bajo o guion de subrayado, entre otras posibilidades. Se trata de una pequeña
raya que se ha desplazado desde la posición media, donde ha cumplido
tradicionalmente otras importantes funciones escriturales, hasta el borde
inferior de la línea. No es una “barra”, la barra es distinta y alude a ese
otro referente al que otros anglófilos se empeñan en denominar “ESLASH”. Una
barra de esa naturaleza puede mantenerse en su forma totalmente vertical o
inclinarse un poco cuando la necesidad lo precisa ( / ), pero no por ello deja
de ser una B-A-RR-A para devenir en un(a) “eslash”.
No puedo olvidarme tampoco de quienes por una parte pronuncian cibernética y ciberespacio, pero por la otra parecieran torcer la vocal “i” de la primera sílaba cuando aluden a un “sáibercafé” o sencillamente a un “sáiber”. Algo luce aquí contradictorio. Inciden en esto asuntos ideológicos relacionados con el valor social de las expresiones. Ciertos “anglobalizados” fanáticos se sienten más cerca del cielo cuando practican estas extrañas maneras de comportarse lingüísticamente. El español les ofrece la misma oportunidad de lucirse pero parecieran rechazarla por extraños motivos.
No puedo olvidarme tampoco de quienes por una parte pronuncian cibernética y ciberespacio, pero por la otra parecieran torcer la vocal “i” de la primera sílaba cuando aluden a un “sáibercafé” o sencillamente a un “sáiber”. Algo luce aquí contradictorio. Inciden en esto asuntos ideológicos relacionados con el valor social de las expresiones. Ciertos “anglobalizados” fanáticos se sienten más cerca del cielo cuando practican estas extrañas maneras de comportarse lingüísticamente. El español les ofrece la misma oportunidad de lucirse pero parecieran rechazarla por extraños motivos.
Lo perjudicial de esta situación es que los
hablantes comunes, los que no tienen acceso a los medios masivos de
comunicación, terminan repitiendo lo que escuchan de aquellos que, a veces sin
saberlo, hacen de hablantes públicos. Tampoco se trata de llegar a los extremos
de un tozudo vecino nuestro que alguna vez nos aseguraba ser adicto a una
bebida escocesa cuya “marca” era- según él- “Juancito el caminador”. Se refería
a la marca de güisqui “Johnny Walker”. Ni calvo ni con bisoñé. No obstante, sí
creo que quienes, por alguna razón, somos hablantes públicos, debemos tener
conciencia de nuestras funciones como multiplicadores del lenguaje. Y también de
que podemos contribuir a difundir lo bueno, lo malo, lo mediocre y lo adecuado
de la lengua que hablamos o en la que escribimos.
A veces los hablantes públicos que creen sabérselas
todas, se convierten en difusores de gazapos o de expresiones inadecuadas,
fácilmente sustituibles con recursos del español. Imposible no recordar en
tales casos el viejo chiste del maestro que, en la seguridad de estar
cumpliendo con su labor pedagógica, corrige a un alumno al escucharlo
pronunciar la palabra “culantro”.
-¡“Culantro” es un vulgarismo, Leonardo! Se dice “CI” en lugar de “CU”, “cilantro”. ¡CI-LAN-TRO!
Obediente ante la enseñanza de su profesor, el chico sorprendió a todos los compañeros de clase al día siguiente.
Llorando sin parar, el niño no cesaba de repetir lo
que muy pocos entendían.
-¿Qué te
ha ocurrido? ¿Qué pasó? ¿Qué dices? ¡Habla claro!
-¡Una cilebra, maestro! ¡Una cilebra me mordió en el cilo
-¡Una cilebra, maestro! ¡Una cilebra me mordió en el cilo
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Referencia de la imagen: www.gaturro.com
4 comentarios:
Un caso contrario a la preocupación que expresas en tu nota, es el del casticismo de los españoles, el cual cumple su función "protectora" del idioma cuando insisten en llamar boleto a lo que nosotros alegremente llamamos ticket. Pero también se pasan de puristas cuando en lugar de "yaz" pronuncian "jaz". O pasando a las palabras, cuando llaman ordenadores a los aparatos conocidos por nosotros como computadoras. O "móviles" a los celulares (que en este caso me parece mucho más acertada la denominación "móvil" que "celular", la cual deviene del uso de celdas o células de retransmisión de la señal).
Hay términos tecnológicos que, hasta donde sé, son intraducibles, como por ejemplo FAX. O, más antigua y definitivamente aceptada, la Televisión, de origen totalmente sajón, aunque etimologicamente con raíces griegas (tele, distancia) y latinas (visión).
La lengua, sin duda, es un territorio absolutamente vivo, al cual entran y salen palabras, de igual forma que en el mundo nacen y mueren personas.
Sin embargo, comparto plenamente tu preocupación, sobre todo cuando te refieres al uso del idioma por parte de comunicadores sociales, los cuales, sin duda, pueden llegar a convertirse para muchos en una referencia válida del "buen hablar".
Hay un libro que no me cansaré de promocionar: "En torno al lenguaje", de Rafael Cadenas. Es un texto tan ameno, sencillo y certero, que no entiendo como no se ha convertido en LECTURA OBLIGADA no sólo para comunicadores sociales, sino para todos los educadores en general, en especial para los maestros.
A pesar de que las nuevas tendencias linguisticas han optado por ser descriptivas antes de prescriptivas, hay errores que no por su uso casi colectivo, deban ser pasados por alto. Este es el caso del verbo "HABER", el cual creo que merecería una atención especial en todas las profesiones que impliquen el uso del idioma.
Estamos hartos de escuchar y leer expresiones como "hubieron 10 heridos" en lugar de "hubo 10 heridos".
En definitiva, creo que todos estos desmanes que se comenten contra el idioma, se debe en gran medida al desconocimiento que se tiene del verdadero valor del lenguaje en gneral, y en particular del nuestro, el castellano.
Parafraseando a Cadenas, podría afirmar que "dime cómo hablas o escribes y te diré quién eres".
Otro libro muy recomendable para entender este caso es "El genio del idioma" de Alex Grijelmo, donde habla de esa cualidad que tiene el idioma de recibir y desechar palabras de otras latitudes, de cómo actua igual a un ser vivo. De todas maneras son palabras nacientes que van buscando su espacio en el amasijo del castellano.
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