A Cigilberto Ramírez, quien alguna vez intentó "hablar con el sistema".
Los primeros encontronazos con esa oscura entidad
nombrada “sistema” los tuve durante mis tiempos de bachillerato. Eran
mis reuniones primerizas con algunos “dirigentes políticos” de los partidos de
izquierda de aquella época. Los escuchaba vociferar y discutir sobre las
condiciones del “sistema opresor” y la necesidad de luchar contra él (o ella,
porque a veces el sistema tiene rostro de mujer).
Envuelto en
mi ingenuidad, no estaba yo seguro de que “aquello” a lo que aludían fuera
gramaticalmente “masculino” o “femenino”. Si me atenía a las clases de
castellano de mi primer año en el liceo, debía haber concluido que “si termina
en a” debería ser femenino, aunque la anteposición del artículo masculino me
indicara todo lo contrario. Una verdadera contradicción, según mi lógica
adolescente.
Reflexiones algo absurdas de un imberbe estudiante
de secundaria, que a nada llegaron porque, “asexuado y desgenerado”, el fulano
sistema seguía allí, inamovible, muy a pesar de que quienes hacían de orientadores
ideológicos insistían en que la “guerrilla” (en pleno auge), la lucha de
clases, la conciencia revolucionaria y otros aditamentos se habían venido
fortaleciendo justamente para acabar con el “sistema imperante”.
Pamplinas.
Pasó el tiempo y el fulano sistema se mantenía
incólume. Total, me decepcioné de varios de aquellos “dirigentes” que
comenzaron dándonos lecciones con una supuesta mano izquierda que no pocas
veces devino a la posteridad en una “siniestra derecha”. Incomprensible, pero
así es. Nunca entendí los acomodos ideológicos y más tarde confirmé que en
efecto si eres político, hoy puedes estar de frente contra “un sistema” y
mañana harás todo lo posible para que “se mantenga sin mantenerse”. Cantinflas
dixit. Dialéctica, acomodo, reajuste, sinergia, conveniencia, oportunismo...
Asígnele el lector o lectora la mención que mejor le corresponda.
No obstante, digamos que nadie daba explicación
sobre lo que era el “sistema” aludido, pero todos intuíamos de qué iba la cosa.
Aparte de que en otras clases habíamos oído hablar de “sistema o aparato
digestivo”, “sistema o aparato respiratorio”, “sistema nervioso”. Y, por
supuesto, en Matemática, del “sistema métrico decimal”. Sin olvidar en otros
campos el sistema judicial, el sistema planetario, el sistema solar, las lenguas
como “sistemas” y muchos etcéteras.
Todos aparentemente claros, con referentes
medianamente definidos, concretos, aunque no es así en estos días de clima tan
poco sistemático. Hoy día el sistema es algo más complicado que
cualquiera de las acepciones referidas.
Sin saber por qué, y para buscar explicación al
cambio de significado, he recordado una anécdota de finales de los setenta.
Tiene que ver con la ocasión en que se me ocurrió aceptar que, como decía la
propaganda oficial, “cualquier ciudadano venezolano” tenía derecho a solicitar
una beca de estudios en el extranjero ante la recién instaurada Fundación Gran
Mariscal de Ayacucho. Pues, como “cualquier ciudadano” que yo era, me atreví a
hacerlo, sin tener padrinos políticos ni burocráticos, únicamente amparado en
lo que yo suponía era un aval: mis calificaciones de pregrado.
Equivocación total
Cuando correspondió, leí en el diario la lista de
becas asignadas para estudios de postgrado y constaté que a lo mejor aparecían
muchos “cualesquiera ciudadanos” allí, pero mi nombre no figuraba por ninguna
parte. Nada. Decidí entonces acudir a la sede de la Fundación a solicitar la
razón para que se me hubiese excluido y la palabrita “sistema” volvió a
golpearme sin piedad.
La coordinadora del programa era una señora
robusta, de cachetes inflados y voz de soprano decadente, para mi asombro con
acento y apellido portugueses (Soares). Sin anestesia y sin ninguna clase de
remordimiento ni pudor, la doñita me respondió en una especie de portuñol
mezclado con dialecto maracucho:
-Tiene buenas notas, pero no es
culpa nuestra, la beca se la ha negado el sistema.
Días después, para “desafiar al sistema”, mi esposa
y yo habíamos tomado la decisión de que nos iríamos en viaje de estudios,
aunque en mi caso hubiera de hacerlo a expensas de nuestros menguados ahorros.
Así lo hicimos y, oh sorpresa, un año y medio después me encontraría de nuevo a
la señora Soares. Andaba de “ronda supervisora” por toda Europa “visitando” a
los becarios de la Fundación. Es decir, favorecida por el sistema de mis
tiempos de bachillerato, la señora llevaba dos meses haciendo “turismo
académico y sistemático”. Como ni siquiera me reconoció, no tuve ocasión de
preguntarle si también su alianza con el sistema incluía los boletos y estada
de la familia que la acompañaba (esposo y dos hijos adolescentes), pero intuí
la posible respuesta como positiva.
En mí se fundieron y confundieron entonces dos
conceptos de sistema: el viejo, al que aludían los dirigentes del liceo (el que
apoyaba a la señora Soares para viajar con su familia en nombre y a expensas
del gobierno) y el nuevo (al que ella había aludido para explicarme por qué yo
había quedado fuera de la lista de becarios).
Desde ese día comencé a preguntarme cuál de los dos
sistemas será más perverso, si el político o el informático. Y lo digo porque
ahora, en tiempos de teclados, claves, pines y pantallas, todo es sistemático,
menos los sistemas.
Para ratificarlo, no tiene usted más que hacer una
llamada telefónica y basta. O visitar alguna institución que opere con
cualquier tipo de máquina distinta de un ábaco. Entre las respuestas
consuetudinarias que puede obtener quien hace la llamada, la visita o la
consulta vía Internet están:
-Disculpe, no puedo darle la
información porque no hay sistema.
-Llame un poco más tarde, el sistema
está muy lento.
-Sus datos no aparecen en el sistema.
-El sistema esta
“colapsado”, inténtelo en otro momento.
-Error del sistema,
consulte más tarde.
-Su nombre ha sido rechazado por
el sistema.
-Le
avisaremos cuando haya sistema.
-Clave de
acceso al sistema, negada.
-El sistema
no está operativo.
-Hay incompatibilidad entre su sistema
y el nuestro.
-Lamentablemente,
su solicitud sobrepasa las posibilidades de nuestro sistema.
De modo que el bendito sistema de este
tiempo es una superpoderosa entidad, sin rostro, sin voz, sin cuerpo,
solo con un inmenso cerebro capaz de controlarlo todo, sin cuyo apoyo y soporte
uno prácticamente es nadie. No se trata de las tres divinas personas sino de
mucho más que eso. El sistema es responsable directo (pero invisible) de
cualquier cosa que pueda ocurrir en el mundo moderno. Todo se le achaca a él,
sin dudas de ninguna naturaleza. Es capaz de todo y de nada. Y ni siquiera
podemos insultarlo, agradecerle o halagarlo.
El sistema va, viene, se oculta, regresa, se
esfuma, no responde…
Tanta es su injerencia en la vida contemporánea que
nada seríamos sin él, pero también nos hace sentir mínimas partículas del
universo. Somos humillados, alabados, felicitados, congratulados por algo que
tiene nombre pero no es cosa, no es cuerpo, no es materia. Ni ser ni ente, como
diría un profesor de filosofía. No es gaseoso, ni líquido ni sólido. Etéreo es
un vocablo muy elegante para designarlo, pero por ahí va.
El sistema es un misterio insondable que está en
cada mínimo recodo de nuestra vida. Hasta el punto de que mi tía Eloína,
arriesgada y emprendedora incluso ante lo enigmático, llamó
hace poco a la central de reservaciones de una línea aérea, con el propósito de
ratificar que viajaría al día siguiente en el vuelo para el cual había
adquirido un boleto.
Después de cuarenta y cinco minutos repartidos
entre frases como “espere un momento, por favor, señora”, “gracias por esperar
en línea, señora”, “deme su nombre completo de nuevo, señora”, “repítame el
localizador, señora”, “¿en qué agencia adquirió el boleto, señora?”, la
conclusión no pudo ser más contundente.
-Señora
Padrón, gracias por su paciencia y le ruego, señora, que disculpe, pero su
reservación no aparece y no se puede hacer nada.
-¿Cómo
que no se puede hacer nada? ¿Y de quién es la culpa?, ¿Mía? ¡Páseme con la
Gerencia, por favor!
-Lo
siento, señora, disculpe, en la Gerencia no hay nadie, la licenciada
“gerente” está de viaje, pero le adelanto que tampoco ella podría hacer nada. Es
culpa del sistema.
-Pues entonces, carajo, ¡páseme al sistema!, ¡quiero hablarle!
--------------------------
Referencia de la imagen:
http://www.canalred.info/public/Fondos_Pantalla/Abstractos/Espiral%20del%20sistema.jpg
7 comentarios:
Muy oportuna disertación. Me reído mucho y he encontrado que no ha había reparado en la nefasta omnipresencia del Sistema.
Por cierto, hacían falta sus entradas, profesor.
Saludos cordiales.
Buenísimo... Hoy en día el "sistema" nos ataca implacablemente cuando pensamos distinto. Incluso es causa de la negación de financiamientos para actividades académicas. Pues si su trabajo no tiene la palabra motor, no arranca...se queda en la gaveta de la secre...
Nour
Hola, Luis, al fin puedo dejarte un saludo como fiel seguidora de tu blog, de tus oportunos, inteligentes y muchas veces jocosos comentarios, pero es que no sabía cómo, culpa del sistema...je je je
Hola Luis,
Justo hace unas semanas estaba comentando con una amiga esta situación comunicativa en la que el "sistema" es el responsable de la toma de decisiones. Por cierto, que para ser "sistema" es bien ineficiente.
Marisol
COMO LA VIDA MISMA
Me encanta tu blog pasate por mi blog de recetas
Profe, este escrito me parece genial, porque me hace pensar que la noción de sistema organiza y en la vida humana actual se ha vuelto discontinuo,corrosivo y sobre todo destructivo...¿Què pasó con el orden que el sistema solía imprimir?...Se perdió en la falta de fidelidad a sus propios principios.De eso estoy convencida.
Publicar un comentario