Compleja es la tan repetida palabra colectivo. Pedantones
declarantes no tienen a veces ni la más pura idea sobre su variabilidad semántica. En nuestro medio, la cháchara popular
y algunos poco púdicos hablantes públicos (gobernantes, periodistas, parlamentarios,
voceros políticos, entre otros) han llevado el término a un desgaste tal que
pronto terminará significando cualquier cosa. Sin embargo, ya el vocablo forma
parte de lo que la psicología junguiana llamaría nuestro inconsciente colectivo.
La definición que aquí más nos interesa es la tercera que da
el Diccionario de la Lengua Española (DILE): «Grupo unido por lazos laborales,
gremiales, etc.». En el etcétera cabe todo, naturalmente, y de allí la
ambigüedad. Desde su modesta cuna latina, la raíz primaria del
vocablo estaría en otro que casi parece una marca de perfume: collectio (colección, agrupación), del que colectivo y colectividad son
algo así como dignas «descendientas», quizás nietas. Igual que lo es «colectivismo».
Todas constituyen una familia y remiten a conjunto o conglomerado. Un colectivo social es también una familia que
puede ser muy bienintencionada o bastante descarriada y perversa.
Una reunión de condominio es, por ejemplo, un despelotado colectivo
en el que todos creen tener razón y cada uno quiere gritar más que los otros.
También es un colectivo un autobús repleto de pasajeros asustados cuando están
pasando por alguna zona a la que consideran peligrosa. Palabras como recua
(conjunto de bestias de carga), bandada (de pájaros), piara (de cerdos),
cardumen (de peces) son gramaticalmente sustantivos «colectivos». La
mojigatería ha llevado a que ahora a ciertos colectivos (relacionados con el
mundo virtual) los llamen sifrinamente «redes sociales». A las fúricas
reacciones del pueblo, cuando se le ocurre no calarse más algo que le imponen
desde las altas esferas gubernamentales, empresariales o celestiales, suelen llamarlas «histeria colectiva».
También se usa la palabra en otros países como sinónimo de
colecta, para aludir a los aportes que hace un grupo al ofrecer un regalo a
alguien. Lo mismo que nosotros llamamos «vaca» y los españoles «derrama», recurso
al que ahora debemos apelar cuando necesitamos
de las novedosas expendedoras de productos básicos que son los colectivos de los
llamados trabajadores informales (vulgo: buhoneros, mercachifles, quincalleros,
feriantes o bachaqueros). También son colectivos siempre muy activos y desbocados por las ganancias algunos grupos de empresarios; y lo son los
raspacupos, los contratistas, los comerciantes formales... No dejan de ser un
colectivo rapaz algunas cadenas de supermercados que sin piedad aprovechan la
crisis alimentaria para, entre gallos y medianoche, elevar a diario los precios.
Tanto para quienes los han aupado como para otros,
determinados colectivos pueden ser una
piedrita en el zapato o una bendición, depende. Porque los hay armados y
desarmados, «almados» y desalmados. Mas si se les confronta, se enculebran. Como
el de la obra de Lope de Vega titulada Fuenteovejuna,
el lema principal de cualquier colectivo siempre será «¡todos a una!».
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Publicado originalmente en www.contrapunto.com (15-02-2015). Reproduzco aquí con permiso del editor.
http://www.contrapunto.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=15693:la-duda-melodica&Itemid=327
Imagen tomada de Google images.
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