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De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias, líbranos, señor.
De rudos malsines, falsos paladines
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias, líbranos, señor.
De rudos malsines, falsos paladines
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
[Rubén Darío: “Letanía a nuestro señor Don Quijote.]”
No ha sido Rubén Darío el único poeta que alguna
vez aludió paródicamente a las academias y sus alrededores. También se sabe del
enfrentamiento recurrente entre Ramón del Valle Inclán y la Real Academia
Española, hasta el punto de que también ese autor hiciera gala de su ingenio
para mofarse de aquella institución en su Farsa de la enamorada del Rey
(1920). Bien sabido es que esas instituciones que se llaman Academias de… han
recibido recurrentemente innumerables críticas, sobre todo de aquellos que las
miran desde fuera como templos dedicados a la holgazanería o a la adulancia
colectiva entre sus miembros. Muchas leyendas se han elaborado en torno de lo
que son no solo las academias, sino también los académicos.
Dicha situación de leyenda, de fábula, de
imaginería, ha contribuido a crear la imagen que usualmente tiene la gente
común de lo que es un académico. Me referiré exclusivamente a los académicos de
la lengua, por ser el terreno con el que he mantenido mayor contacto.
Es usual que la gente idealice a un ACADÉMICO como
un centenario anciano sabio, calvo (o con peluca o cabello teñido) que casi
masca el agua y utiliza para ver unos lentes de
cristal muy grueso, si todavía no lo ha vencido la presbicia o, en su defecto,
una inmensa lupa con la que es capaz de percibir hasta los gazapos idiomáticos
del Papa. Se trata de un señor que supuestamente sabe absolutamente TODO acerca
de la lengua y/o la literatura.
Su papel fundamental pareciera ser el de una
especie de gendarme lingüístico de mucha experiencia cuya palabra sobre
lo que se dice o escribe y lo que se debe decir o escribir
es definitiva. Incontestable.
“Cazadores de gazapos que se amuchiguan en lenta
turbamulta”, decía el venezolano Jesús Semprum de los críticos. Lo mismo
podemos decir que piensa el común de las personas que son los académicos de la
lengua.
Su presunta sabiduría es tanta que supuestamente
conoce todas y cada de las palabras que han existido, existen y existirán en la
lengua de la cual es académico. O sea, una mezcla de superhombre verbal, hombre
biónico gramatical y mujer maravilla lexicógrafa cuya fuerza total reside en la
lengua.
Cada vez que alguien confronta un dilema de tipo
lingüístico, cada vez que el chamo no sabe cómo responder a la tarea de
Castellano y Literatura, cada vez que algún gobernante comete algún desliz (o
algo que se considere un “presunto”desliz), pues no queda más remedio que
acudir al académico más cercano para solventar el asunto.
Tanto es así que la gente cree sin temor a dudas
que un académico de la lengua es un señor que, como dice el ya anciano lema de
la Real Academia Española:
“Limpia, fija y da esplendor”.
De acuerdo con esas creencias (a todas luces imaginarias,
míticas), un académico debería ser más efectivo que un detergente, un
lavaplatos extrafuerte: casi un infalible e irrefutable quitamanchas: “Limpia,
fija y da esplendor”.
Esa misma tradición hace que un académico viva en
permanente riesgo de que cualquier cosa que haga, diga o juzgue pueda ser
utilizada contra él mismo.
No importa el lugar o el medio donde se encuentre,
un académico puede ser víctima del acoso generalizado por parte de cualquiera
que albergue alguna duda sobre el uso del idioma. Si va al dentista, por
ejemplo, no es extraño que mientras le taladran una muela o
le jurungan una dolorosa caries, al odontólogo se le ocurra preguntarle:
-¿Por qué en Venezuela decimos diábetes
y no diabetes?
Con qué cara puede responderse a esa pregunta por
muy académico que se sea, sobre todo en tan humillante y comprometedora
situación como la de tener que dejarse enloquecer por el repugnante chillido de
un taladro.
En el
supermercado u otros espacios, nunca falta la cajera, el ama de casa, el vecino
o el profesional amigo que, nomás avistar a algún académico conocido, lo increpen con sus dudas. Nadie le pregunta por la
familia o por los amigos comunes, sino por el lenguaje.
Es usual además que los demás crean que los académicos
no asistieron a una escuela normal, de esas donde los chicos hacen diabluras
con el lenguaje. Suponen que en esa escuela particular y casi única a la que
supuestamente asisten los futuros académicos de la lengua les enseñan a ser
siempre eufemísticos (palabra dominguera). Y no siempre se puede. A veces es
necesario ser absolutamente disfemístico (otra palabra más dominguera todavía).
¿Por qué? Porque por muy “eufemístico” y por muy académico
que se sea, no hay nada más cursi y más
ridículo que utilizar algunas palabras fuera de contexto, cuando las
situaciones reales y concretas implican sacar a flote las que realmente se
necesitan. Acudamos a los ejemplos:
¿Qué pensaría usted de algún señor académico que en
su caminata cegatona tropieza con el filo de alguna pared, se lleva un terrible
golpe en la frente marchita e imitando a Batman y Robin exclame:
-¡Oucht!, ¡córcholis!,
¡sambombas!, me he lesionado la parte que cubre el lóbulo frontal de mi cavidad
craneana.
O, que el mismo señor llegue a su casa, abra la
puerta, ponga rostro serio y, con entonación de actor de telenovela de los años
sesenta, y ante la sospecha de la doña le está montando los cuernos acudiendo
con su amante a hoteles de estancia corta, le reclame a la dama que convive con
él:
-Querida cónyuge: me dirijo a ti
formalmente con el propósito de participarte que no estoy contento con que por
las noches estés visitando lugares de hospedaje ocasional con otros caballeros.
En fin, posiblemente esa es la imagen con la que se
ha idealizado tradicionalmente a los académicos. Seres imperturbables que
presuntamente siempre hablan con el diccionario y la gramática en la mano y
jamás como lo hace la gente común en todas partes.
Acompaña a esa imagen errada el hecho
de que, además, la gente piensa que un académico debe ser más serio que una
estatua o que una foto de papel moneda, que se le han secado las neuronas de la
risa de tanto
pensar en los asuntos de la lengua y, en consecuencia, se ha distanciado de la
cotidianidad de las demás personas.
Y la realidad es que una persona que por alguna
razón ingresa a una academia no deja de ser lo que ha sido durante su vida
previa. Al contrario, si se toma esta nueva función como debe ser, creo que se
le potencian las facultades para la escritura, sigue siendo un
hablante-escritor cualquiera que posiblemente ahora está más pendiente de
algunos asuntos a los que antes prestaba poco interés. Por ejemplo, vivir
permanentemente pegado de un diccionario buscando palabras raras para no pasar
por ignorante o al menos sorprender cuando alguien le pregunte sobre términos
como “mordaga”, “sinecura” “mastaba”, “pavitonto” o “supercalifragilisticoespialidoso”.
Un académico o académica de la lengua de esta época
es alguien que cree en la creatividad del lenguaje y no critica a los hablantes
cada vez que, ante cualquier pregunta, responden “¡Sí va!” o “¡Dale, dale,
pues!”; que no percibe como aberraciones lingüísticas esos mensajitos de
telefonía celular que parecen códigos cifrados, en los que los usuarios
despachan buena parte de las vocales y convierten todo en una secuencia de
puras consonantes, a veces incomprensible para otros, pero efectivísimas como
mensajes de emergencia; que no se asombra cuando algún pescador del oriente del
país le dice con plena sonrisa que el político Fulano de Tal es un
“picardioso”, porque no sólo es pícaro sino también tramposo. En fin, un académico
es una persona de mente siempre joven que cree, como diría Aquiles Nazoa, en los
“poderes creadores del pueblo” y disfruta al escuchar que un popular vendedor
de refrescos de malta fría, se comporta como un
creativo publicitario cuando, para promocionar su producto, va por toda la
calle gritando a todo pulmón:
-¡Toma malta, maltirízate!
Un académico de este tiempo es alguien que se
asombra cuando algún orador improvisado, médico, abogado, profesor de
sociología o de lingüística, está
explicando el asunto más enrevesado del mundo, con un vocabulario y una
sintaxis que no comprende nadie, y termina su discurso diciendo: “¡Eso es todo,
así de sencillo!”
Un académico moderno, abierto, humilde, es aquel
que se preocupa por cada aspecto de la lengua, pero también disfruta cuando lee
o escucha frases como las siguientes:
Letrero en valla publicitaria de bebida alcohólica:
“Disfruta de los mejores momentos de la vida sin excesos. Sólo si eres mayor de edad”
“Disfruta de los mejores momentos de la vida sin excesos. Sólo si eres mayor de edad”
[Aviso en
baño de bar de carretera]:
Aviso en baño de bar de carretera:
“Favor bajar la palanca hacia arriba”
“Favor bajar la palanca hacia arriba”
[Declaración
de ministro]:
Declaración de ministro a la prensa:
“No hay desabastecimiento sino distorsión en la cadena de distribución”.
“No hay desabastecimiento sino distorsión en la cadena de distribución”.
[Lema de
mi tía Eloína]
Lema de mi tía Eloína:
“Que un hombre de noventa años orine sin quejarse, es casi “micción imposible”
“Que un hombre de noventa años orine sin quejarse, es casi “micción imposible”
18 comentarios:
Excelente blog, excelente artículo. Me he reído hasta el cansancio, muy acertado. Pensé inmediatamente en un verdadero académico moderno: Gustavo Fernández Colón, a quien cariñosamente le llamo "El Libro Gordo de Petete".
Saludos
Mileiby
Juasjuasjuas, me recordaste a una chica con la que estudié en bachillerato; una mañana chocaron dos carros en la esquina del liceo y ella exclamó:
-¡Oh! ¡Una colisión!
Por cierto, es supercalifragilisticoespiralidoso.
Gracias a Mileiby Hernández y a Jorge por tan estimulantes comentarios. Un abrazo para ambos y que sigamos conectados por la red a través d elos blogs de ambos.
P.D. Gracias Jorge por el detalle de tan extensa palabra: una cosa que no dije es que también hay académicos que van perdiendo la memoria y recuerdan algunas palabras como creen que eran.
Luis: Para decírtelo con un neologismo que podrías sugerir a la Academia: ¡Gonadudo! (Sin. de cojonudo)
Un buen abrazo.
Eduardo Casanova.
ja ja ja... Es cierto, sucede algo similar con los Licenciados en Letras... Nadie te puede escuchar diciendo alguna grosería... (¿Licenciada donde está su titulo?) Yo siempre he creído que todas las palabras existen por algo, y uno puede usarlas ¿no? (sobre todo en los ejemplos que menciono...) Saludos
Ciertamente los académicos alimentan ese tipo de estereotipo. Yo, que aún soy estudiante universitario, también he creído en esa imagen y, como buen estudiante, los juzgo y los tildo de aburrido. Sin embargo, uno se va dando cuenta que ese estereotipo, como cualquier otro, no es una ley fija y mucho menos un mandamiento. Allá aquellos que lleguen y digan “Querida cónyuge: me dirijo a ti formalmente con el propósito de participarte que no estoy contento con que por las noches estés visitando lugares de hospedaje ocasional con otros caballeros” jajaja Esta muy bueno eso y el artículo, pero compermiso yo me voy a caer a maltazos
Hombre Profesor:
Me ha hecho recordar el caso de aquel maracucho que tenía un pequeño papel en una obra de teatro; sólo debía decir "¡Oh, un cadáver!", pero a la hora de salir a escena terminó diciendo "¡A la verga, un muerto!"
Razón tenía Hjelmslev: puede cambiar el plano de la expresión, pero no el del contenido.
Los académicos, y sobre todo los que presumen de serlo, deben recordar que la lengua no es lo que dicen los libros de gramática, sino que es una realidad social, una cosa viva que se actualiza todos los días. Acaso sea eso de lo que debe librarnos Dios, de la estupidez de los "puristas" y de la arrogancia de los "ortodoxos"
Saludos
Alberto Quero.
Luis: Los tres últimos párrafos son definitivamente autobiográficos. Y apoyándome en tu cita de Ramos Sucre(15/3/07), gracias a Dios que sigues manteniendo tu extraordinario estilo de escitor no-clásico.Un gran saludo. Germán González
Profesor: Creo que visitaré con mayor frecuencia su blog. Este artículo de bienvenida me ha dejado sin palabras... Recordé mucho nuestra conversación en la cena del martes pasado!! Saludos a la prof. Lucía... Ma. Virginia Murguey.
hola ante todo un cordial saludo y felicitaciones por sus textos .. me dirijo hacia usted con el propósito de preguntarle que le motivo a escribir cuentos enredados? en que se enfoco e inspiro a la hora de escribir dicho texto ? un gran saludo !
frangely perazza
Para Frangely Peraza:
Gracias por tu mensaje, por favor envía un mensaje a mi dirección electrónica (barreralinares@gmail.com) e intentaré responder tu pregunta. Gracias, Luis Barrera Linares
Como termina la frase "De las Academias, libramos señor"..?luego de leerle éste articulo, me queda la duda,son o no confiables.? Yo la terminaria, ..."que de actualizarlos, me encargo yo." Jajajajaja
Disculpe, buenas y bendecida tardes.
Completamente de acuerdo, amigo. (Mucha risa, el chiste del actor teatrero) jajajajaja
BENDECIDAS...!!!
BENDECIDAS...!!!
Completamente de acuerdo, amigo. (Mucha risa, el chiste del actor teatrero) jajajajaja
Disculpe, buenas y bendecida tardes.
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