Siempre me he preguntado cuán interesante sería
conocer las memorias más recónditas, lo más cotidiano de algunos editores en su
relación con los autores. Creo que usualmente ciertos autores son personajes
para la obra de otros escritores. Por lo que me han revelado mis pasantías por
algunas editoriales, sospecho que la verdadera personalidad del creador se
desnuda ante los editores y ante ciertas audiencias.
Puede parecer perverso pero, como narrador y
crítico, me interesan también las vidas personales que se salgan un poco de lo
público y predecible, esas conductas inéditas que reflejan lo que, por pudor,
educación o timidez, el escritor como
persona esconde ante los demás, sus manías, sus peticiones a veces insólitas,
sus perversidades ante la obra de los otros. Y también las virtudes y defectos
o desviaciones que se esconden detrás de las páginas pergeñadas por quien
escribe un libro y acude a un editor para que lo haga público y pueda llegar a
los lectores.
Es decir, conocer un poco más de esa
“intrahistoria” que subyace a la relación escritor-editor-lectores, ni tan
dulce ni tan amarga, como se las puede suponer desde afuera. Hay creadores
apacibles, gentiles, corteses, fastidiosos y repelentes. Pero cuando son
fastidiosos y repelentes lo son con alevosía. Independientemente de su edad y
su escasa o abundante obra, estos
ejemplares se creen la tapa del frasco, no cesan de marcar el teléfono, suelen
creer que el editor solo existe para ellos, sin importar horario, día de la
semana ni ocupaciones.
Supongo, por ejemplo, que hay editores, diseñadores
e incluso lectores que se habrán topado más de una vez con escritores de
quienes no desean recibir una llamada telefónica ni un mensaje de correo
electrónico. Presumo que no faltará el editor que se vea obligado a
sacrificar algún libro publicable por evitar el simple hecho de tener que
firmar el contrato con un ser intratable, intolerante y vanidoso. Igual,
presumo que hay lectores que jamás acudirían ante la presencia del autor de un
libro que los ha cautivado, solo para no perder la imagen que de él se han
creado a través de su escritura.
Y es que a veces, a lo mejor sin darnos cuenta, los
escritores podemos llegar a parecer insufribles ante las otras personas. Hay
editores y lectores que a lo mejor admiran la obra de un escritor-a, pero
también intuyen (al escucharlo o leer sus entrevistas) que como persona se
trata de un patán o “patana”.
Para citar algún caso hipotético, pienso en
aquellos que, una vez publicadas sus obras, luego de ruegos y más ruegos al
editor, no cesan de hacer llamadas a la editorial porque sus libros no están
permanentemente en las vitrinas de las librerías. “Inocentes” de que, por
deformación profesional y comprensible excusa de mercadeo, en el mundo entero,
los libreros suelen exhibir nada más lo que se vende rápido y está destinado a
ocupar lapsos muy breves en los anaqueles.
Y el corolario infaltable: ante el llamado para
algún evento promocional, casi nunca los autores fastidiosos y repelentes
tienen tiempo; paradójicamente siempre parecen estar ocupados en algo más
importante que sus propios libros. O solo aspiran narcisamente a promoción en
el exterior. No les interesan los lectores nacionales porque sienten que ya los
han conquistado sin ningún esfuerzo.
“Las vanidades del mundo /las grandezas del
imperio/ se pierden en el profundo /silencio del cementerio”. Son versos
perversos pero certeros, pertenecientes a un célebre enterrador de Los Puertos
de Altagracia, apodado Titán, el sepulturero. Dignos para “chapear” a quienes
se pasan la vida edificando sus egotecas sobre falsos presupuestos.
Digamos que hay editores maulas y otros que
realmente no lo son, pero todos necesitan sobrevivir, tarea que no es fácil en
un mercado bibliográfico tan oscilante y deprimido como el venezolano.
Sin embargo, eso no justifica que el autor o autora
siempre deba pensar que no es que sus libros no se venden sino que el editor lo
estafa permanentemente. Sabemos que hay editores locales y foráneos que no
reportan todo lo que venden. Es casi una premisa universal. Y que incluso
existen los que pagan un desmirriado y a veces diezmado porcentaje con base en
el precio de costo y no en el precio de venta al público. Pero eso tampoco
significa que constantemente nuestros volúmenes sean best sellers por
los que los lectores se desviven apenas salen al mercado. Y, lo peor, sin que
tengamos que mover ni un dedo. No acabamos de entender que a veces la “fama” de
un escritor no pasa de los linderos de sus amistades y conocidos.
Tengo en mi archivo de notas una catorcera de anécdotas
relacionadas con la conducta de algunos escritores venezolanos durante mis
pasantías de más de diez años por algunas editoriales como Monte Ávila,
Fedupel, Alfaguara, Planeta. Principalmente guardo en mi memoria imágenes
caricaturescas de los más mediocres y creídos (una combinación de adjetivos que
suele darse con más frecuencia de la que creemos).
Como simple muestra gratis para esta duda, recuerdo
particularmente el caso de un emperifollado narrador, más bien debería escribir
aspirante porque apenas ha escrito dos libritos de corta extensión, uno
regularsón y el otro desechable. Con rostro y gesto de maniquí de la India y
perfil de lagarto, se ofendió como nadie el día que los juicios de tres
reconocidos lectores obligaron a la editorial a informarle que no se publicaría
su libro. Como alguien debe hacerlo, me correspondió transmitirle la noticia,
conjuntamente con el encargado de prensa. Pues, nada, que aquel sujeto enardeció,
enrojeció, bufó y parpadeó como un camaleón ante la noticia. Su recurrente
actitud de creerse la “verja” de Triana pareció recibir un hachazo de leñador. Le
faltó la necesaria humildad para enterarse de que un escritor tiene la obligación
de saber escribir, por lo menos medianamente. Y no comprendía la razón para que
uno de los lectores expresara en el informe su descontento por las horas que le
había quitado tratando de corregir cientos de gazapos de sintaxis y ¡ortografía!
Ese mismo día nació mi interés por escribir un
libro de textos breves que se titulará EGOLETRADOS. He avanzado en él y en esta
duda debo agradecer a los varios escritores nacionales que me han dado ideas
para convertirlos en personajes. Es comprensible que todos tenemos y nos agrada
pergeñar los anaqueles que deben conformar nuestra egoteca, pero a veces
debemos ser más cuidadosos en el trato que damos a los demás, creyéndonos “la
pepa‘e Billy Queen”. Y si me preguntan qué es creerse “la pepa de Billy Queen”,
debo decirles que es un gracioso dicho que, durante mi infancia y adolescencia,
escuchaba mucho en Los Puertos de
Altagracia y Maracaibo, aunque jamás supe quien fue el señor Billy Queen ni por
qué su “pepa” era tan importante. Pero suena bien recordarlo ahora, en este
paseo por el semblante de personajes que me han dejado algunos plumarios
locales. Algún día habremos de hacer un conteo estadístico para calcular cuántos
de nosotros calificaremos para creernos “la pepa’e Billy Queen”.
En fin, que cada vez que le hablo en secreto de mis
tratos con algunos autores y autoras venezolanos-as, de sus llamadas
recurrentes, de sus oscilaciones de carácter y temperamento volátil, de sus
creencias egocéntricas, de sus inclinaciones a telefonear a los jefes para no
tratar con subalternos; cada vez que me entero y la entero de anécdotas
relacionadas con el modo como se comportan íntimamente algunos escritores
venezolanos ante sus editores y ante los lectores; de cómo viven llamando a la
prensa para que los entrevisten, de cómo envían reseñas positivas sobre sus propios
libros a los amigos periodistas para que estos las publiquen como suyas, de la
manera como insisten obsesivamente para que la tele y la radio vayan a su casa,
del modo como se valen de las relaciones con poder para publicar cuanto
escriben; de las exigencias a veces insólitas que hacen, mi tía Eloína me insta
a que, con base en un anecdotario que ya pica y se extiende, escriba un libro
de ficción que presuma de memorabilia y desnude metafóricamente esas conductas
secretas acumuladas en los rostros más íntimos de algunos creadores locales.
Y –como ya dije- en estos días he pensado que no es
ni mala la idea. Total, ya lo he dicho y escrito en varias ocasiones: la
escritura de ficción es la mejor terapia que existe para quien la practica:
puedes matar sin asesinar, exaltar sin adular, ajusticiar al adversario frente
a un paredón de palabras y hasta conquistar amores sin necesidad de caer en
incómodas situaciones de confesión directa ante la dama o el caballero por la o
el que te desvives.
De modo que, en nuestro trato con los editores y
lectores, los escritores debemos cuidarnos de no convertirnos en pasto
literario, en alimento para otros escribas. Debemos saber que los otros
escritores son tan “peligrosos” con sus teclas como nosotros creemos que lo
somos con nuestro trato despótico hacia los demás.
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Actualizado: octubre de 2012
Fuente de origen de la ilustración: http://www.imaginaria.com.ar/18/5/autores-ChantiPersonajes.jpg
7 comentarios:
Excelente artículo, Luis. En realidad sabemos que para ser escritor hay que tener un Ego grande, o resignarse a ser eternamente inédito. Lo difícil es lograr el equilibrio: ser escritor sin pisar, o pretender pisar, al editor. O ser editor sin pisar, o pretender pisar, al escritor. En el justo medio estaría la perfección. Pero la perfección no existe.
Un abrazo.
Eduardo Casanova.
Sí, los escritores estamos llenos de esas..."cosas"
Sería muy interesante una novela con ese tema y personajes: el escritor y sus editores/lectores.
Un saludo desde México
Diga nombres, profesor, diga nombres. Ejemplifique para hacernos reir... y saber.
Cada semana iba a cierta libería un autor diminuto. Tenía sus tirrias, en especial contra otro autor, bastante más alto, cuyo libro permanecía en la vitrina, a diferencia del del pequeño. Cambiaba los ejemplares. Fue muy bonito y hasta fotos tomamos aquel sábado en que llamamos a un guardia del Complejo...
Profesor Luis Barrela Linares, me atrveo a escribirle aquí aprovechando el artículo en trono a los escritores.Le envié una información para qu elo compartiera entre los cotalleristas. Sucede que envié una seride de cuentos para la Edición Aniversaria de la Revista Cubile, coro,Estado falcón y uno de mis cuentos quedó seleccionado.Ellos convocaron a las escritoras de todo el país.Quería compartir esa alegría con Usted,pero el único mail que me falló fue el suyo, es decir que no le llegó.Disculpe si me meto en este comentario,pero no sé como volverlo a contactar.Reciba un abrazo su alumna Gilda Jiménez Roldán.
muy cierto lo q dice en el articulo! q forma de escribir! mis respeto. henrry luna ciudad bolivar
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