Renato Rodríguez ha sido en mi
labor de escritor e investigador de nuestra literatura un autor y personaje
infaltable desde que leí su primer libro (Al sur del Equanil, 1963).
Siempre he considerado que pudiera ser el escritor venezolano más sortario de
todos, por cuanto ha tenido la dicha de personificar una luminosa vida de
narrador casi clandestino que al mismo tiempo pudiera ser útil para
contextualizar una excelente novela de aventuras. No tuvo necesidad de
inventarse persecuciones, exilios o censuras para tener algo que contar. En
esto lo comparo con otros dos autores nuestros que padecieron de similar
síndrome, aunque en distintas direcciones: Julio Garmendia y Rafael Bolívar
Coronado.
Admirado desde hacía tiempo por
lo que para mí y para mi tía Eloína había significado esa magistral novela,
estuve indagando hasta que lo pude conocer personalmente en 1985, en Mérida
(por intermedio de ese otro infatigable y urticante escritor que es Alberto
Jiménez Ure) y luego alternamos un par de correspondencias. En esos días me
percaté de que en verdad Renato semejaba la estampa de un personaje de sus
propias novelas. Perdí su pista personal, mas no literaria, una vez que tomó la
decisión de mudarse al estado Aragua, donde lo encontró en el año 2006 el
Premio Nacional de Literatura.
Podría aludir aquí a dos
percepciones distintas por las que desde un principio acaparó mi atención la
novela Al sur del Equanil. Una tiene que ver con mi actividad como
docente de literatura, la otra con mi concepción de lo narrativo y mi libertad
de lector.
Para explicar la primera percepción,
podría decir que es esa una de las primeras novelas venezolanas contemporáneas
que se toma en serio ese fenómeno que después de los años ochenta comenzaría a
llamarse pomposamente “metaficción”. Una de las variantes de esa modalidad se
relaciona con el juego de la ficción dentro de la ficción. Y Renato la practicó
desde los tempranos sesenta.
La segunda percepción, la más
libre si se quiere, la de escritor y de lector silvestre, es consecuencia de la
que acabo de referir. Se relaciona con los vínculos entre el escritor de
ficción que fue Renato y la ficción escritural con la que logró construirse a
sí mismo. Entre lo que contaba oralmente y lo que aparece escrito en sus
novelas, siempre parecemos estar en la frontera exacta entre lo real y lo
ficcional. “Autoficción” la llaman en estos días.
Admiro profundamente a quienes
han sido capaces de tomarse la creación narrativa como parodia de la
existencia, como contrapartida de la formalidad y rigidez que ha caracterizado
a buena parte de nuestros escritores, como algo que va más allá de lo
acartonado si se trata de cautivar lectores. Y eso, precisamente, es lo que me ha
impactado siempre de la narrativa de Renato Rodríguez. Igual que lo he
percibido en otros dos narradores venezolanos: Francisco Massiani y José Rafael
Pocaterra.
Por eso he creído que Renato
personificó uno de los proyectos literarios venezolanos más auténticos. Recordemos
que, según su propia confesión, Al Sur del Equanil se pudo haber llamado
Al sur del Ecuador. Y no olvidemos que el Equanil es un medicamento
antidepresivo, también conocido como Meprobanato y que, aunque aparece referido
en la novela, Ecuador muy poco nos habría dicho; de allí la ganancia del título
que llegó por azar, según nos contó alguna vez Salvador Garmendia. Tampoco
puedo imaginar que hubiera podido titularse Al sur del Meprobanato o Al
norte de París. Creo en la magia y creo que los textos literarios, cuando
están destinados a la permanencia, buscan sus propios títulos hasta que los
encuentran, sin que ni siquiera sus autores debamos entrometernos.
Nada más leer aquella
contraportada de la (re)edición de su primer libro en la que no había juicios o
alabanzas, sino antejuicios y presuntos rechazos hacia el autor y su obra,
escritos con sorna por él mismo; nada más saber que alguna vez, en su labor de
artesano y para un desfile, elaboró Renato una cabeza de dragón que luego, con
ayuda de sus amigos, hubo de sacar por la ventana, desde una altura de tres
pisos, porque no cabía por la puerta; nada más saber que su padre acudió a la
escuela primaria con el poeta Andrés Eloy Blanco y que el propio Renato
compartió con Julio Cortázar, con Vargas Llosa y con tantos otros escritores
que han logrado la más absoluta notoriedad mientras él casi ha permanecido (por
voluntad propia) en la penumbra; pues basten estos pocos “nada más saber” para
expresar mi admiración total por un escritor venezolano que vino a ver la luz
después de haber tenido que publicar artesanalmente, y a sus propias expensas,
buena parte de sus libros.
No quiero decir con esto que necesariamente deba uno escribir sobre lo que
ha vivido. Pero sí me parece que uno de los logros más importantes de la literatura
es que el escritor termine pareciéndose a los personajes que crea y no al revés
(es decir, y no que los personajes tengan algo nuestro). Lo segundo es más
fácil. Y para que pase lo primero, es decir, para que el autor termine
pareciéndose a sus personajes, creo que hay que hacer un mayor esfuerzo
creativo. Me parece muy atractiva la idea de que los lectores terminen
preguntándose sobre la posibilidad de existencia real de los personajes a
quienes da vida el escritor. Por eso disfruto cuando los lectores me preguntan
si mi tía Eloína existe o no existe, asunto que a estas alturas ni yo mismo he
resuelto. Y a mí me ha ocurrido siempre como lector de Al sur del Equanil.
Nunca he estado seguro de si David (el protagonista) o alguno de sus
heterónimos se salió de esa novela para volverse Renato Rodríguez o de si
Renato se cansó del mundo exterior y decidió meterse a vivir en esa o alguna
otra de sus novelas.
Mi estimado y admirado Renato se
marchó a otros lares menos mundanos en junio de 2011.
Aquí lo presento para quienes no lo
conocieron durante su estada entre
nosotros, como personaje y como autor:
René Augusto Rodríguez Morales,
escritor nacido en Porlamar, isla de Margarita, Venezuela, América del Sur , en
1927, creador del personaje-escritor Renato Alberto Rodríguez (RAR), editor
forzado de algunos de sus propios libros bajo la firma editorial Libros RARos,
ha sido una especie de topo de nuestra literatura que por fin, emergió a la
superficie. Pero, cuidado, no por voluntad propia, ni porque hubiere buscado a sus
“amigos” periodistas para que le sirvieran de aparentes paparazzi y lo
catapultaran antes de tiempo. Emergió empujado por el impacto de sus cuentos
que casi son novelas, razón por la cual las denominaba Quanos (Quasi
Novelas, 1997), y por la maravilla narrativa de sus textos más extensos como El
Bonche (1976), ¡Viva la pasta! (1984), La noche escuece
(1985), Insulas (1996), El embrujo
del olor a huevos fritos (2008). Así, llegó por su propio peso y valía a
donde tenía que llegar: al Premio Nacional de Literatura de Venezuela. Celebro
entonces que el personaje haya salido alguna vez de sus novelas para regocijo
de muchos lectores.
------
Foto de Renato Rodríguez: www.letralia.com
Texto actualizado por el autor: 31-10-2012
8 comentarios:
Barrera, excelente trabajo el que presentas, toda una cátedra. Es una lástima que mi destino profesional me haya alejado de la literatura venezolana, tema que me apasionaba en mis tiempos de estudiante de pregrado...espero escontrar siempre en estos post el refrescamiento necesario para no perderme la actualidad de nuestra literatura.Nuevamente, mil gracias por el esfuerzo de publicar este blog. Lo seguiré leyendo, maestro. Saludos cordiales.
Luis: No soy muy amigo de los blogs, pero este inicio del tuyo me ha llenado de entusiasmo. Te felicito sinceramente. Me ha encantado la nota que publicas sobre Renato Rodríguez. La imagen del topo me resulta entera y apropiada. Creo que el Papel Literario tiene la obligación de llamar la atención de los lectores sobre la empresa a la que has dado comienzo.
va mi abrazo y mi admiración.
Nelson Rivera
Premio merecido, este autor que también en ocasiones me ha recordado a Massiani.
Bien chévere el blog, Luis; gracias por el link a mi blog. Un abrazo y bienvenido a la blogosfera.
Caramba hermano, bienvenido y gracias por el enlace. Habrá que verse por ahí en persona también, ¿no?
Para su conocimiento, Renato Rodríguez vive (semi-hermitaño) en una pequeña finca en TASAJERA, Edo. Aragua. Agradece mucho cualquier visita que sepan dispensarle. Un amigo
Excelente comentario de la obra de Renato a quien conocí hace muchos años por intermedio del cineasta y también escritor Mauricio Odremán Nieto. Por cierto q si sabes cómo ponerme en contacto con Renato donde ahora vive, t agradecería me la enviaras vía texto al 0416 9102990. Colaboro con el trabajo audiovisual de la cooperativa El perro andaluz 101 y la idea es hacerle una entrevista pronto; también si sabes quién pueda tener un ejemplar de La Trompetilla Acústica, novela de Eleonora Carrington que tradujo al español justamente Renato Rodríguez y pudieras indicarme cómo ponerme en contacto con esa persona. La idea es poder fotocopiar el texto de esa excelente obra, pues no se consigue ni siquiera en pdf. Enrique De Armas.
Eres muy bueno para captar la atención de todos los que entramos a leer tu blog, no podía pararme de la silla y tenia que seguir leyendo hasta que me encontre con el final.. ;)
Publicar un comentario