Como diría mi suegro catalán, se ha armado el follón. Mi tía Eloína solía expresarlo con más contundencia dialectal maracucha: “¡se formó el verguero!”. Es decir, se soltaron los demonios. Se destapó la olla del sexismo lingüístico. Bastó con que un informe de la Real Academia Española comenzara a circular para que las furias ocultas del sexismo lingüístico se (re)volvieran noticia. Se hizo público en marzo de 2012 y pareció encender de nuevo una chispa que no se apaga.
Un documento presentado por el académico español Ignacio
Bosque y refrendado en el mes de marzo de 2012
por un palmarés de 23 numerarios ¡y tres numerarias! de la RAE, más el
añadido de siete miembros correspondientes, ha revivido la ya añeja conseja
según la cual algunos movimientos feminosos acusan a la lengua española de ser discriminatoria con el tratamiento
genérico en masculino. Dicho sea de paso,
no solo hay genéricos masculinos, también existen en femenino, aunque
pocos se refieran a ellos. Solo que como se les tilda de “genéricos” algunas
terminan creyendo que no son “féminos”.
El documento de marras se intituló Sexismo lingüístico e invisibilidad de la mujer y, para quienes no
lo leyeron en su momento, está disponible en la web de la RAE (http://www.rae.es/rae/gestores/gespub000040.nsf/%28voanexos%29/arch50C5BAE6B25C8BC8C12579B600755DB9/$FILE/Sexismo_linguistico_y_visibilidad_de_la_mujer.pdf).
Desde que fuera yo un adolescente irreverente y mi tía Eloína una feminista consumada y todavía poco consumida, ella me insistía en que la lengua de por sí es machista-leninista cuando hace diferencias entre un varón al que apoden “el Zorro” y una fémina a la que cognomenten humorísticamente como “la Zorra”. Y se regocijaba citándome otros ejemplos de pares léxicos en los que las damas salen perdiendo: “mujer pública” / hombre público”, “Fulano es un lobo/ Zutana es una loba”, y etcétera para no abundar.
El rollo que se desató a raíz del informe suscrito por un pleno (¿o una plena?) de la RAE, tiene que ver con el hecho o la hecha de que algunas guías y guíos institucionales poco sabias y sabios en lenguaje y quizás muy doctas y doctos en asuntos políticos y asuntas políticas, siguen acosejando a quienes suponen como sus usuarios y usuarias que se dejen de sexismos y sexismas y diferencien en los usos de damas y damos, caballeros y caballeras a la hora de aludirlos y aludirlas en los textos y textas oficiales.
No diremos nada de la terrible confusión que tales propuestas promocionan entre lo que es género y lo que es sexo, o entre lo que es género gramatical y género social. Sólo agregaré que poco entienden de gramática, de lengua y de realidad quienes quieren obligar a los casi cuatrocientos cuarenta millones de hablantes de español a recurrir a usos que no han sido social y colectivamente aprobados por ese abrumante conglomerado. Más claro, los cambios lingüísticos no se decretan ni con guías de uso ni con alharacas, alebrestaciones y mítines.
Y agréguese esto: la invisibilidad de la mujer en diversos aspectos de la vida social no tiene relación directa con la lengua española. Primero porque si bien es innegable que existe, no sólo existe en español. Es un fenómeno social universal, más severo en algunas sociedades que en otras. Y no será un hecho tan simple como el decir “los niños y niñas” ( ¡o la niñez!) lo que sacará de la miseria y evitará el maltrato a los miles de “chavales y chavalas” del mundo. Moraleja: volver visible lo que ha sido socialmente invisible implica cambiar primero la realidad, modificar las fuertes implicaciones sociales de este asunto.
Usted puede empeñarse en diferenciar lingüísticamente “ciudadanos y ciudadanas”, pero poco habrá hecho si al conjunto (la ciudadanía) le niega sus derechos básicos; o si, sin querer queriendo, asume que esto solo vale para quienes estén de su lado. Una científica no es mejor científica por el solo hecho de que así se la aluda. Ni un médico será más connotado que una médica porque se le designe con el masculino.
Desde que fuera yo un adolescente irreverente y mi tía Eloína una feminista consumada y todavía poco consumida, ella me insistía en que la lengua de por sí es machista-leninista cuando hace diferencias entre un varón al que apoden “el Zorro” y una fémina a la que cognomenten humorísticamente como “la Zorra”. Y se regocijaba citándome otros ejemplos de pares léxicos en los que las damas salen perdiendo: “mujer pública” / hombre público”, “Fulano es un lobo/ Zutana es una loba”, y etcétera para no abundar.
El rollo que se desató a raíz del informe suscrito por un pleno (¿o una plena?) de la RAE, tiene que ver con el hecho o la hecha de que algunas guías y guíos institucionales poco sabias y sabios en lenguaje y quizás muy doctas y doctos en asuntos políticos y asuntas políticas, siguen acosejando a quienes suponen como sus usuarios y usuarias que se dejen de sexismos y sexismas y diferencien en los usos de damas y damos, caballeros y caballeras a la hora de aludirlos y aludirlas en los textos y textas oficiales.
No diremos nada de la terrible confusión que tales propuestas promocionan entre lo que es género y lo que es sexo, o entre lo que es género gramatical y género social. Sólo agregaré que poco entienden de gramática, de lengua y de realidad quienes quieren obligar a los casi cuatrocientos cuarenta millones de hablantes de español a recurrir a usos que no han sido social y colectivamente aprobados por ese abrumante conglomerado. Más claro, los cambios lingüísticos no se decretan ni con guías de uso ni con alharacas, alebrestaciones y mítines.
Y agréguese esto: la invisibilidad de la mujer en diversos aspectos de la vida social no tiene relación directa con la lengua española. Primero porque si bien es innegable que existe, no sólo existe en español. Es un fenómeno social universal, más severo en algunas sociedades que en otras. Y no será un hecho tan simple como el decir “los niños y niñas” ( ¡o la niñez!) lo que sacará de la miseria y evitará el maltrato a los miles de “chavales y chavalas” del mundo. Moraleja: volver visible lo que ha sido socialmente invisible implica cambiar primero la realidad, modificar las fuertes implicaciones sociales de este asunto.
Usted puede empeñarse en diferenciar lingüísticamente “ciudadanos y ciudadanas”, pero poco habrá hecho si al conjunto (la ciudadanía) le niega sus derechos básicos; o si, sin querer queriendo, asume que esto solo vale para quienes estén de su lado. Una científica no es mejor científica por el solo hecho de que así se la aluda. Ni un médico será más connotado que una médica porque se le designe con el masculino.
Siempre se lo dije a mi parienta: la lengua no
tiene la culpa. La historia de las mujeres de habla inglesa no será diferente
si nos conformamos con que no debe aludírsela como history of women sino
como herstory of women. La invisibilidad y el mal trato de la mujer no
desaparecen en el transporte subterráneo (para no decir “el metro” porque puede
ser malinterpretado como genérico masculino discriminatorio) una vez que la voz
de la operadora dice dulcemente “se les recuerda a los usuarios y usuarias…”,
ni tampoco consiguen trabajo digno y bien remunerado las damas que en una
universidad son llamadas al estrado como “graduandas” o aludidas como
“exestudiantas”.
Aparte de que también puede caerse en
discriminación cuando se piensa que todas las damas del universo deben aceptar
“sin aviso y sin protesto” (como en las letras y letros de cambio) que ellas
son médicas, psicólogas, ministras, juezas, presidentas y un largo etcétera.
Establecer la distinción únicamente a través del género gramatical no hace la
diferencia. Porque de ser así, habríamos de protestar los caballeros cuando la
lengua española se ha empeñado también en la terminación “de femenino” para
cientos de palabras que designan a sujetas y sujetos de ambos sexos: atleta,
víctima, colega, anacoreta, artista, auriga, esteta…
En conclusión, a dejar que sean los acuerdos
colectivos los que cumplan con su deber social inconsciente y, una vez que
cambie la realidad política, se modifique en el curso del tiempo lo que de la
lengua haya que cambiar, pero a sabiendas de que eso no será suficiente para
hacer visible lo invisible. La innegable invisibilidad política, económica y
social de la mujer tiene causas mucho más profundas que una catorcera de pares
léxicos.
Con esto de la “feminización” de lo invisible se
han generado tantos malos entendidos que hasta se ha prestado para ejemplos como
los siguientes, copiados de sedes parroquiales mexicanas:
- Estimadas señoras, ¡no se olviden de la venta de beneficencia. Es una buena ocasión para liberarse de aquellas cosas inútiles que estorban en casa. Traigan a sus maridos.”
- Recuerden que el jueves empieza la catequesis para niños y niñas de ambos sexos.”
¡Sin comentarios!
Nota bene: Y aquí debo agregar algo sobre el “casquillo” que alguna prensa venezolana poco responsable intentó darle al informe puesto en circulación por la RAE. No fue la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela el motivo principal ni el tópico central de la propuesta. Nada que ver. Quien se ocupe de leer con la debida calma y objetividad el documento (Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer), entre las páginas 10 y 11 encontrará que apenas se cita un ejemplo referido antes por otro autor (Ignacio M. Roca, 2009), en el cual se aludía a dos fragmentos de nuestra actual Constitución. Nada más. En el documento de la RAE no se la está criticando, ni evaluando, ni censurando.
Las academias no son cenáculos políticos o
partidistas. Corporativamente, allí conviven y se confrontan diversas formas de
pensamiento. Individualmente, cada quien puede hacer de su capa un sayo, sin
pretender que su voz sea la del colectivo.
Y en cuanto a la carta magna nacional, es asunto única y exclusivamente nuestro
–como lo es la de cada país- y su valor va mucho más allá de una discusión como
la planteada.
El informe
sencillamente ha expresado que si bien hay quienes en blogs o en diarios aluden
humorísticamente a la duplicidad lexical alusiva al presunto sexismo
(ciudadanos y ciudadanas, diputados y diputadas, ministros y ministras etc.),
también existen textos gubernamentales en los que la referencia alude y conmina
a usos específicos. A mi entender, todo lo que algunos periodistas añadan,
interpreten, opinen al respecto, estuvo fuera del propósito del informe
aprobado por la RAE. No es sano convertir lo que ha sido un documento académico
en un manifiesto político. ¿Será porque academia
y constitución son palabras
semánticamente femeninas?
Nota: actualizado en octubre de 2012.