La gente suele ser sabia en múltiples consejas y
amplísima en los más diversos consejos. Al menos en Venezuela, se trata de una
conducta que no distingue colores de epidermis ni rangos sociales. Basta con la
ocurrencia casual de un fuerte dolor de espaldas o la aventura incierta de algún
examen médico de rutina en el que a usted le diagnostiquen la presencia de una
piedra en el riñón para que le aparezcan de pronto los más diversos consejeros
y consejos en cuanto a lo que deba hacer para expulsarla. Desde el más humilde
de los empleados hasta la más encumbrada ejecutiva se vuelven calculistas o
calculonas al momento de aconsejarle el remedio más adecuado para su mal.
La experiencia más reciente la acaba de vivir mi
tía Eloína. Una vez que los sobrinos no creyeron en sus cuentos para echarle
las culpas de sus cada vez más frecuentes dolores de cintura a la ancianidad de
un colchón del que no ha querido desprenderse desde hace más de treinta años,
hubo de resignarse y aceptar caer, una vez más, en las manos piadosas de un
matasanos para que la examinara.
Y la verdad se le incrustó como piedra en el zapato
(mejor dicho, en el riñón). En medio de una terrible sesión de náuseas
generadas por la registradera del galeno, la noticia le sentó como si se
hubiera atragantado con una cesta de mariscos en mal estado. Todavía recuerda
la cara serísima del batiblanco, quien patibulario, patético y muy cejas
torcidas, arrugó la voz para manifestarle que el ecosonograma, la tomografía,
la resonancia magnética y las pruebas sanguíneas habían revelado la posibilidad
de un diagnóstico que la dejó “estupefaciente”:
-Los exámenes lo evidencian- dijo
el médico, tratando de ser concreto, conciso y exacto, como suelen enseñarlo en
las escuelas de medicina- etiopatogénicamente tienes una litiasis urinaria
originada por precipitación de sustancias cristalinas sobresaturadas, de
composición química difusa y de origen mucoproteínico con infección por
gérmenes ureolíticos-. ¡Más claro no canta un gallo!
Obviamente, cuando como paciente escuchas una retahíla de esa naturaleza, comienzas a tratar de recordar si tienes o no al día tu seguro funerario. Sin embargo, mi parienta se tranquilizó cuando otro médico amigo y más terrenal, menos sacerdotal, le aclaró que esa jerigonza inextricable significaba que tenía una vulgar piedra en el riñón.
Aparte de seguir el inútil tratamiento alopático
recomendado (antes que tener que recurrir a esa mágica luminiscencia que llaman
endoscopia), no hubiera pasado nada si a ella no se le ocurre hacer circular la
noticia en el edificio donde habita. Descartando la mamadera de gallo del
presidente del condominio (“¡Error de cálculo, doña Eloína, ¿cómo se hace?!”),
cada uno de los vecinos de confianza fue apareciendo en distintos momentos para
ofrecerle un consejo acerca del modo más expedito de botar la piedra.
Y dada, como es, a creer en las dotes de la
sabiduría popular, ella comenzó a aplicarse una serie de remedios de tipo
casero que, si bien ayudarían a eyectar a la intrusa, pudieron también
haberla expulsado a ella del mundo.
Vecino
del 5-B. Cocine barbas de jojoto de maíz amarillo cosechado en luna llena,
déjelas serenar por media hora y prepare un batido con ellas al que le agregará
una hoja de canela que no haya sido asoleada. Échele después dos cucharadas de
aceite de oliva virgen y tómese medio vaso cada noche, antes de acostarse.
Dicho y hecho, durante una semana, diarrea prolongada sin otro resultado. La
roca seguía allí intacta.
Vecina
del 7-C. Consiga un melón verde de 750 gramos que no haya sido sometido al
transporte en camión de estacas. Córtelo en triángulos sin eliminar ni la
concha ni las semillas, agregue dos vasos de agua, pase todo por la licuadora
en la segunda velocidad y tómese un vaso antes de cada comida. Muy bien,
estreñimiento severo por seis días y la guaratara allí, inamovible.
Vecinos
del PH1: Corte varias pencas de sábila tierna y mézclelas con catorce dientes
de ajo tamaño mediano, comprados en el mercado periférico antes de las cinco de
la madrugada, añada agua al gusto y deje reposar por una hora para luego beber
un vaso cada treinta minutos hasta que le saque la piedra. Qué va, retortijones
intolerables y el peñón de Gibraltar como si no fuera con él.
Vigilante
de la caseta de entrada. Prepare un té de onoto traído de Escuque, pero
que haya sido arrancado de la mata en tiempo de atardecer de día lluvioso.
Triture dos huevos de gallina criolla, cáscara incluida, y vierta el contenido
en el té de onoto, métalo en la nevera durante tres horas y cuatro minutos y
luego bébaselo en cucharadas, una por una. Heces coloradas, orina color salmón
asustado y nada.
Conserje
portuguesa. Como ninguno de los anteriores le ha hecho efecto, coloque cada noche
un vaso de agua y otro de ron blanco frente a la imagen del Negro Felipe,
acompañada de la de la Virgen de Fátima. Rece veintisiete rosarios sin respirar
y tenga fe en que expulsará lo deseado y lo indeseado una vez que termine de
orar. Negativo, casi se muere asfixiada, sin más logros.
En suma, cada vez ha venido alguien a ofrecerle de
buena voluntad el remedio “más efectivo” para desalojar aquella dureza renal.
Sin embargo, van ya unos cuatro meses probando recetas diferentes sin que
ocurra el esperado milagro naturista que a mi parienta le saque la piedra. Allí
sigue. Cualquiera otra sugerencia medicamentosa para este caso, por favor
remitirla a la sección de comentarios de este blog de Eloína
(http://barreralinares.blogspot.com). Ella está dispuesta a seguir probando
antes de la opción quirúrgica. Aconséjela, por favor.
Nota:
especial y muy particular agradecimiento a los ciento setenta y dos comentaristas que
a la fecha de hoy (19-07-2016) han relatado experiencias similares y aconsejado generosamente
a Eloína.