sábado, abril 18, 2015

LAPIDARIO VOCABULARIO


Mi tía Eloína anda como plancha de (Fondo) Chino. Aquella tranquila dama de hierro a la que antes  todo le resbalaba se ha convertido  en desesperada, furiosa  e injuriosa pleitista. Les atribuye la culpa a algunos noticieros de la tele y la radio, cuando no a la prensa escrita o a los políticos y otros declarantes, por tantos barbarismos y barbaridades que, según ella, proliferan en el lenguaje de este tiempo.

—No es purismo —argumenta—,  pero a veces  provoca inventar un purificador que ayude a filtrar los deslengües contemporáneos.

Algunos políticos, locutores, periodistas y funcionarios no entienden que, cuando se declara a la prensa, no se está charlando ni con los hijos ni la esposa o la concu. Ignoran que cualquier cosa que digan puede ser utilizada en su contra. Deben entender además que hay miles de personas escuchándolos o leyéndolos y que hay que tener cuidado con cada palabra.  Por eso deben cuidarse de patear el idioma como si este fuera un exánime balón de fútbol. Es cierto que nadie, por muy ducho que se crea, está exento de cometer algún dislate ocasional, pero hacerlo recurrentemente puede resultar pernicioso. No se quejen después de que el humorismo haga fiesta con sus inconsistentes peroratas.

En una emisora radial hemos escuchado decir a un lector de noticias que en sociedades como  las de Somalia, Irán y Nigeria «dilapidan» a las mujeres acusadas de ciertos delitos. También, según el mismo señor, en pleno siglo XXI son «dilapidadas» algunas féminas en alguna zona de la isla de Sumatra (Indonesia). ¡La Sutra!, provoca responderle cuando uno escucha tal desaguisado. Y no entiende nadie que en esos lugares haya tantas damiselas como para ser  «dilapidadas», igual que si fuera petróleo venezolano. Lo que se quiere decir es que las lapidan: una vez injustamente condenadas, a veces por creencias estrictamente machistas, los integrantes de una especie de público de galería (como el de los programas televisivos de concursos) comienza a apedrearlas hasta matarlas. Como se ve, muy distinto es lapidar personas que dilapidar palabras.

También es frecuente que en los reportes semanales de asesinatos se hable de un «cadáver sin signos vitales». ¿Cómo carrizo va a tener signos vitales un cadáver yerto y muerto?, se pregunta mi parienta. Y yo le agrego que alguna vez leí una noticia en el que se hablaba de haber encontrado en un basurero varios «condones umbilicales». Mi imaginación voló para pensar inmediatamente en preservativos para el ombligo.


Ya más cerquita de estos días, justo cuando se anuncian elecciones primarias que más bien serán secundarias y terciarias, me ha dejado «estupefaciente» la declaración de uno de nuestros parlamentarios actuales, quien hablaba por la radio de un eslogan «alto repetido» en la propaganda oficial y de los «precios desorbitantes» causados por la escasez. Para dáselas de bien hablado, quiso decir, presumo,  harto repetido y precios exorbitantes. Parlamentar, en efecto, la labor de un parlamentario, pero, en honor al uso adecuado del español, cuando dice cosas así, lo que provoca es precisamente parlamentársela.

Originalmente publicado en www.contrapunto.com (8-3-2015). Se reproduce aquí con permiso del editor.
Imagen tomada del blog Tras la cola de la rata

EUNUCOS LINGÜÍSTICOS


Los que saben de asuntos del discurso y del lenguaje suelen afirmar que la lengua puede ser el castigo de cualquier cuerpo cobarde. No basta con ser hablante de un idioma para suponer que podemos hacer con él lo que nos venga en gana. La lengua pide respeto y los usuarios no debemos abusar de sus bondades.

Esto viene al caso cuando se nos ocurre analizar las formas de expresión de algunos de nuestros impúdicos y cotidianos hablantes públicos: personas con altos cargos nacionales o regionales y profesionales de la comunicación que casi a diario deben dirigirse por escrito u oralmente  a millones de destinatarios. Con la misma lengua que hablamos podremos ser medidos y juzgados.

Quienes nos escuchan o leen nos evalúan por nuestras palabras. Y para imponer vocablos o promover cambios lingüísticos no todos somos monedita de oro. Hay quienes  incluso convierten sus supuestos chistes lingüísticos en selficaricaturas —valga la palabra—. Ni siquiera basta creernos que estamos diciendo la verdad para que los otros nos crean.

En fin, hay personas que —por mucho esfuerzo que hagan— no logran pegar una palabra ni con cola. Pueden pasar largas horas chachareando y ni siquiera sus correligionarios se atreven a dar fe de lo que expresan. Parece faltarles ese ángel que tienen los hablantes carismáticos, esa misteriosa cualidad que  envuelve a algunos elegidos en el momento de comunicarse con los otros.  No son capaces de impactar a nadie con lo que dicen. Viven exiliados de la lengua que hablan. Son discapacitados verbales.  Uno se los imagina solitarios, por las noches, tristes, cariacontecidos, frustrados y tan mal encarados que si la dama o el caballero que hace las funciones de cónyuge les critica algo de lo que han balbuceado en el día la o lo envían de inmediato al mismo carajo.  Gruñen. Pueden circunstancialmente tener todos los recursos a su alcance. Es posible que gocen  de diversas  vías posibles de comunicación (eso que llaman los medios). Pero nada. No logran seducir a nadie y más bien terminan haciendo mojigaterías verbales de las que los oyentes o lectores se ríen, pero por lo ridículas y fuera de lugar  que resultan. Hace falta mucha madurez cognitiva para ser un hablante competente y creíble.


A lo mejor tienen a su servicio asesores lingüísticos vergatarios. No obstante,  si les falta la chispa necesaria para lograr impactar a los otros, todo lo que digan se pierde en el vacío. O sea, no te vistas que no vas. El que nació para triste ni que lo fajen chiquito y árbol que nace torcido nunca su verbo endereza. Por mucha Hablarina  con que los hayan amamantado sus supuestos ductores, no dan pie con bola. Son misterios del lenguaje y esos pobretones y desangelados seres están condenados a que sus palabras se conviertan en espumas viajeras. Por mucho esfuerzo que hagan y por más que griten o intenten decirlo cantando, bailando,  rappeando o regatoneando, no producen ni frío ni calor. Son eunucos lingüísticos: paletos  que a lo mejor hablan y escriben porque tienen cuerdas vocales pero han sido castrados para la comunicación efectiva. 

@dudamelodica

Originalmente publicado en www.contrapunto.com (1-3-2015). Se reporudce aquí con permiso del editor.
Imagen agregada por el editor.