Mi tía Eloína anda como plancha
de (Fondo) Chino. Aquella tranquila dama de hierro a la que antes todo le resbalaba se ha convertido en desesperada, furiosa e injuriosa pleitista. Les atribuye la culpa
a algunos noticieros de la tele y la radio, cuando no a la prensa escrita o a
los políticos y otros declarantes, por tantos barbarismos y barbaridades que,
según ella, proliferan en el lenguaje de este tiempo.
—No es purismo
—argumenta—, pero a veces provoca inventar un purificador que ayude a
filtrar los deslengües contemporáneos.
Algunos políticos,
locutores, periodistas y funcionarios no entienden que, cuando se declara a la
prensa, no se está charlando ni con los hijos ni la esposa o la concu. Ignoran
que cualquier cosa que digan puede ser utilizada en su contra. Deben entender
además que hay miles de personas escuchándolos
o leyéndolos y que hay que tener cuidado con cada palabra. Por eso deben cuidarse de patear el idioma
como si este fuera un exánime balón de fútbol. Es cierto que nadie, por muy
ducho que se crea, está exento de cometer algún dislate ocasional, pero hacerlo
recurrentemente puede resultar pernicioso. No se quejen después de que el humorismo haga fiesta con sus inconsistentes
peroratas.
En una emisora
radial hemos escuchado decir a un lector de noticias que en sociedades
como las de Somalia, Irán y Nigeria
«dilapidan» a las mujeres acusadas de ciertos delitos. También, según el mismo
señor, en pleno siglo XXI son «dilapidadas» algunas féminas en alguna zona de
la isla de Sumatra (Indonesia). ¡La Sutra!, provoca responderle cuando uno
escucha tal desaguisado. Y no entiende nadie que en esos lugares haya tantas damiselas
como para ser «dilapidadas», igual que
si fuera petróleo venezolano. Lo que se quiere decir es que las lapidan: una vez injustamente
condenadas, a veces por creencias estrictamente machistas, los integrantes de
una especie de público de galería (como el de los programas televisivos de
concursos) comienza a apedrearlas hasta matarlas. Como se ve, muy distinto es
lapidar personas que dilapidar palabras.
También es
frecuente que en los reportes semanales de asesinatos se hable de un «cadáver
sin signos vitales». ¿Cómo carrizo va a tener signos vitales un cadáver yerto y
muerto?, se pregunta mi parienta. Y yo le agrego que alguna vez leí una noticia
en el que se hablaba de haber encontrado en un basurero varios «condones
umbilicales». Mi imaginación voló para pensar inmediatamente en preservativos
para el ombligo.
Ya más cerquita de estos días,
justo cuando se anuncian elecciones primarias que más bien serán secundarias y
terciarias, me ha dejado «estupefaciente» la declaración de uno de nuestros
parlamentarios actuales, quien hablaba por la radio de un eslogan «alto
repetido» en la propaganda oficial y de los «precios desorbitantes» causados
por la escasez. Para dáselas de bien hablado, quiso decir, presumo, harto
repetido y precios exorbitantes.
Parlamentar, en efecto, la labor de un parlamentario, pero, en honor al uso adecuado
del español, cuando dice cosas así, lo que provoca es precisamente parlamentársela.
Originalmente publicado en www.contrapunto.com (8-3-2015). Se reproduce aquí con permiso del editor.
Imagen tomada del blog Tras la cola de la rata